Celebro la misericordia que Dios tiene conmigo

Siento que Dios me ha mirado con misericordia y me ha elegido para una misión en la Iglesia, y gustando a cada instante de ese llamado, es que doy este nuevo paso hacia una consagración total de mi vida a Dios y al Reino.  Realmente estoy muy agradecido, primero a Dios y luego a la gente.  

Mi nombre es Joaquín Gutierrez. Soy de Villa Allende, Córdoba. Ingresé al Seminario en el año 2017. Mi parroquia de origen es Nuestra Señora del Carmen de Villa Allende. Me gusta mucho la música, las guitarreadas con amigos/as, familia y en la comunidad. Actualmente desarrollo mi actividad pastoral en parroquia San Jerónimo, Barrio Alberdi, donde acompaño el Centro Barrial «Hijos del Suquía» de la Familia Grande de Hogar de Cristo y la juventud de la Parroquia. Me apasiona vivir a Jesús en comunidad. Tratando de servir y anunciar su vida en palabras y gestos concretos

En este día recibo la Admisión a las ordenes sagradas. Esto significa que la Iglesia, después de un proceso de formación, que en mi caso lleva 6 años –y que no termina, sino que continúa y se va profundizando cada vez más–, reconoce en mí signos vocacionales y me admite, me recibe en nombre de Dios, como candidato a recibir el orden sagrado del sacerdocio. Por mi parte, me ofrezco pública y libremente a Dios y a la Iglesia, como respuesta concreta a la vocación que, por la misericordia de Dios, he recibido y a la que hoy respondo con un gran y agradecido “SI”. Me ofrezco a Dios y a la Iglesia para abrazarme completamente a la persona de Jesús y a su Reino, allí donde la Iglesia me quiera y que en estos días rezo con especial cariño y afecto, haciendo mías las palabras de Isaías (Is.6, 8), al decir: “aquí estoy, envíame”.

Por otra parte, llego a este momento con mucha paz, con mucha alegría, esperanza y un gran deseo de poder compartir con la gente esta Buena Noticia que lo puede todo y que lo abraza todo. Hoy celebro la misericordia, la fidelidad y la bondad que Dios ha tenido conmigo, a lo largo de toda mi vida, y lo hago haciéndome eco de Santa Teresa, al decir: “miren lo que ha hecho conmigo”. Siento que Dios me ha mirado con misericordia y me ha elegido para una misión en la Iglesia, y gustando a cada instante de ese llamado, es que doy este nuevo paso hacia una consagración total de mi vida a Dios y al Reino.  Realmente estoy muy agradecido, primero a Dios y luego a la gente. Y le pido a nuestro buen Señor que me mantenga siempre enraizado en su corazón y en de la gente, en sentido de estar siempre metido en el corazón de su pueblo, sirviéndola en su nombre.

Como antes dije, es largo el camino que aún queda por recorrer, pero también es cierto que me inspira,  me alienta, caminar tras las huellas de Jesús. Andar y desandar sus caminos, acercándome a éste Jesús que me atrajo, me ha hizo y me hace acercarme cada día más a él y que, por su medio, me lleva también a estar en medio de la gente. Me atrae su proyecto, su persona, sus  modos, sus gestos, su modo de entrar en la historia y de actuar en ella. Poder ser, muchas veces, ese abrazo de Dios, esa palabra, ese gesto de Dios, ese alimento de Dios a su pueblo.

Para terminar, dirijo un mensaje a los jóvenes que se plantean la pregunta por el sacerdocio. A ellos, y con una mano en el corazón, les digo que, en primer lugar, pidan la gracia de ser libres, de abrir el corazón a Dios y a vida que Él les tiene preparadas. Muchas veces uno pretende resolver esa pregunta antes y, tal vez, no sea ese el mejor camino. Más bien me sale, en este momento, recordarles las palabras de Jesús “vengan y lo verán”. Es en el estar con Él que podemos conocerlo: su corazón, sus gestos, sus modos, su voz y sus palabras. A la vez, me vienen también a la mente y al corazón las palabras de san Pablo que dicen (aunque tal vez no de manera textual) “no es que ya lo tenga conseguido todo, sino que me lanzo hacia adelante”. Es un ponerse en camino, consagrarnos a una búsqueda de su Reino, de ir pispeando por dónde es que el Señor va proponiéndonos vivir, gastar la vida, sabiendo que nadie más que Él quiere que sea una vida feliz, vivida en plenitud, siendo completamente feliz. Pero tenemos el desafío de ponernos en camino, abrirnos a la vida de Dios en nuestras vidas. Para esto debemos fortalecer la intimidad que tenemos con el Señor –cosa que nos recordaba Mons. Rossi en el Lectorado de Ignacio Loza–, llegar a una intimidad amorosa, cercana, completa, y estar también atentos al Dios que habla en la familia, en los amigos, en los grupos, en los estudios, en el trabajo, en la lucha cotidiana, en las debilidades. En definitiva, estar abierto a los tiempos de Dios y a nuestros propios tiempos también.

También pienso en el que nunca se planteo la pregunta por el sacerdocio. Creo que merecemos hacernos la pregunta ¿por qué no el sacerdocio? Pero también es cierto que Dios pone esta pregunta en el corazón. Solo hay que estar atentos, sensibilizarnos, agudizar los sentidos y abrazar nuestros tiempos, disponiendo nuestra vida en una clave de encuentro con nosotros mismos, con el Señor y con los demás. Sabiéndonos encontrados primeramente por Él y habitados por Él. Y cuando llegue  ese momento en la vida en que nos preguntamos ¿qué lugar ocupamos en el mundo; en la Iglesia; quiénes somos; dónde estamos; hacia dónde vamos?, es ahí cuando tiene que estar muy presente esa búsqueda de Dios, esa sed de Dios que sólo la llena Él mismo y que va cautivando el corazón. y poder preguntarle también al Señor ¿dónde me sueñas? A la vez que pedirle la gracia de descubrir dónde es que podremos desplegar y gastar la vida íntegramente, en comunión con sus planes y proyectos.