Acrecentar el deseo de ser cura

La vocación, llamada del Señor para «cada uno en el mundo de hoy», es gracia, un «don gratuito», y al mismo tiempo un compromiso a ponerse en camino. Te compartimos el testimonio del padre Horacio Saravia:

Con relación a mi familia, era una familia inmigrante del norte, de Jujuy. No tenía mamá, porque había fallecido ya, así que vinimos con mi papá. Él fue un hombre libre que nos dejó ser libres a todos. Esto fue clave porque, en ese espacio de libertad, pude decidir con comodidad lo que quería para mi vida. De la misma manera aceptó con libertad lo que decidieron los demás.

En caso de mi camino vocacional fue motivado sobre todo con las charlas con los sacerdotes con los cuales trabajaba pastoralmente, por ejemplo, mi párroco, el padre Juan Enrique Gonzales o también un padre de la Salette, el padre Santiago Witz. La conversación con ellos fue ayudándome a discernir, pero ya desde los 15 años en mí se había despertado esa inquietud.

Si bien, en el primer momento, inicié con los misioneros de La Salette y estudiaba en el Seminario Mayor, allí la congragación nos mandaba a estudiar. Curiosamente conocí a los formadores del seminario, y a varios seminaristas que fue despertando en mí una nueva decisión: la de querer pertenecer al clero diocesano. Así que, bueno, mi llegada al Seminario Mayor no fue algo extraño, porque ya había existido un año de relación, tanto con los formadores, que en esa época se llamaban superiores, como con los seminaristas.

Quería ser cura porque lo que más me motivó ha sido mi trabajo, mi participación en la parroquia San Roque, en Villa Colina, y en la parroquia de Nuestra Señora de la Salette de barrio Yofre, que son los dos barrios en los cuales yo vivía. Mi participación allí me alentó, me acrecentó ese deseo de ser cura.

En general, por mi trabajo en la parroquia, muchos de mis amigos, a los cuales le daba catequesis para que hicieran la primera comunión, tomaron muy bien mi decisión, incluso ellos me decían “el curita”, que era el apodo que tenía en la barra, con quienes yo jugaba al fútbol.

Me ordené en el año 1977 en la catedral de Córdoba, a los 23 años, por el cardenal Primatesta.

Actualmente Dios me sigue llamando. Siempre le digo a la gente de aquí, de la comunidad parroquial San Jerónimo, que en la vida de todo creyente uno tiene que volver al primer amor. Justamente para alimentar o para actualizar ese amor. Por lo tanto, todas estas experiencias que he vivido nunca han dejado de ser, nunca han pasado definitivamente. Las voy actualizando según las nuevas circunstancias que voy viviendo. Pero volver al primer amor ayuda a no desencantarse.