La vocación es un acontecimiento en tu vida. Cuando tomas conciencia del llamado de Dios tu vida adquiere un nuevo sentido. Pero la misma exige un salir de ti mismo y descubrirte como alguien destinado para el servicio.
Vivir vocacionalmente implica vivir en clave de escucha, estar atento a lo que Dios va suscitando en la realidad en la que uno se encuentra. Es vivir con gozo cada encuentro con el otro, dispuesto al servicio compartiendo los dones. Sin embrago perseguir un llamado ocasiona con frecuencia también una gran turbación. Ante el proyecto grande de Dios pueden surgir en uno muchos temores; no será raro que te invadan las dudas y éstas te hagan inquietarte. Podrás experimentar sensaciones contradictorias: alegría e inquietud, valentía y temor, deseo de entregarte y apego a una situación más cómoda. Pese a todo, experimentas una seducción irresistible hacia el llamado de Dios. Deseas en lo más hondo hallar el camino adecuado.
Por eso vale la pena un esfuerzo por reflexionar, comunicar lo que estás viviendo hasta responder a la apremiante llamada que toda la realidad te hace en nombre de Dios.
Dios no suele llamar a través de apariciones o visiones. El camino ordinario de su llamada son los acontecimientos que ocurren en tu vida diaria: situaciones personales comunitarias y familiares. Para descubrir el llamado de Dios es necesario que percibas toda esa realidad como misterio. Donde el misterio no es algo incomprensible, si no una realidad en la que está presente Dios dándole sentido.